Flora y fauna en La Guarguera
Vegetación
La vegetación del valle del Guarga se encuadra dentro del piso supramediterráneo, que constituye un ecosistema de transición bioclimática entre la flora mediterránea y la eurosiberiana, propia de los bosques húmedos del alto Pirineo.
El árbol dominante es el quejigo, o cajico (Quercus subpyrenaea), cuyas masas, hoy residuales, ocupaban antaño buena parte de la Guarguera. El cajico es capaz de soportar el estiaje en suelos pedregosos con escaso horizonte fértil, como los que caracterizan este sector del Prepirineo. En algunas masas de quejigar, así como en el entorno de todos los pueblos, todavía se conservan formidables cajicos centenarios que aportan magia el paisaje y restan monotonía a los extensos pinares de repoblación, hoy en buena parte ya naturalizados. Las grandes ramas primarias de este roble macerescente se usaron el pasado para obtener leña mediante podas selectivas practicadas en turnos plurianuales. Esto ha permitido que muchos de estos venerables árboles se hayan preservado de generación en generación como parte del patrimonio familiar, y en algunos casos también como hitos naturales que delimitaban propiedades, términos municipales o caminos. Los análisis dendrocronológicos realizados a algunos de estos viejos robles revelan que existen en el valle individuos de más de 500 años. Y son centenares, quizás miles, los que superan los tres siglos, cada unos de ellos un auténtico ecosistema con una fauna invertebrada característica.
Bosques
Los restos de los bosques primarios de las solanas y del tramo inferior del valle están formados por encinares monoespecíficos o mixtos de Quercus rotundifolia, con un sotobosque dominado por el enebro común, o xinebro bord (Juniperus communis), el xinebro (J. oxicedrus) y la sabina negra (J. phoenicera). Esta última aparece salpicada de forma residual, pero sin duda en el pasado fue más abundante, aunque su preciada y resistente madera la hizo quedar relegada a los enclaves menos accesibles, siendo hoy testimoniales los pies centenarios salpicados en los sectores más cálidos.
Matorral
Otro elemento botánico que sin duda cobra protagonismo en el paisaje de la Guarguera es el matorral de erizón (Equinospartum horridum). Esta resistente leguminosa rastrera forma grandes almohadillas que se funden entre sí, tapizando los claros de bosque y las zonas desforestadas por los incendios. Su espinosa superficie, conformada por hojas coriáceas y puntiagudas, impide que sea ingerida por la mayoría de herbívoros, aunque caballos, vacas, cabras y corzos no hacen ascos de vez en cuando a sus nutritivos brotes. El erizón es un arbusto con dos caras. Por un lado, su carácter pirófilo hace que prolifere rápidamente tras los incendios, actuando como un eficaz cicatrizante que impide el arrastre del suelo fértil, creando con el tiempo condiciones edáficas para el regreso del bosque. Su cara menos amable es su carácter invasivo.
Tras la intervención humana y actualmente ayudado por el cambio climático, el erizón está expandiendo sus dominios a costa de praderas y pastizales. Ni el ganado ni las manadas de ungulados silvestres, ambos antaño mucho más abundantes, son capaces de frenarlo y mantener el necesario equilibrio, de forma que cada vez ocupa áreas más extensas en el Pirineo central. El erizonal florece a primeros de julio, tiñendo de amarillo las sierras de La Guarguera y revelando entonces sus extensos dominios. Un estimulo visual y olfativo que despertará los sentidos de quien se interne por los senderos que discurren por el valle.
Bosque de ribera
El bosque de ribera de los tramos medio e inferior del Guarga está muy alterado debido a la abusiva extracción de gravas de las pasadas décadas, que dejaron extensos cinturones pedregosos conformados por los descartes, lo que impide la regeneración de las arboledas. Allí donde no llegó la actividad minera, el río presenta una estructura abierta adaptada al cambiante curso del lecho menor, que fluctúa de un año a otro dejando extensos depósitos de gravas y arena cubriendo la mayor parte del lecho mayor. La sarga (Salix eleagnos) y la mimbrera (S. purpurea) ocupan las orillas y zonas bajas sometidas a las avenidas, mientras que el arbolado de arraclán (Frangula alnus), el chopo negro (Populus nigra) o el fresno (Fraxinus angustifolia) crecen en los taludes ribereños, fuera del alcance de las crecidas ordinarias.
En los barrancos y zonas del río más frescas del tramo superior aparecen pies aislados o pequeños rodales de álamo temblón, o tremolina (Populus tremula), que se tiñen de rojo y naranja en otoño y dan pinceladas de color a las riberas. Los arces de Montpelier (Acer monspessulanum), los serbales y mostajos (Sorbus aucuparia y S. aria) y el gillomo (Amelanchier ovalis) crecen salpicados en las laderas sobre el cauce, aportando también sus tonos rojizos en otoño. En los enclaves más frescos y sombríos, entre los roquedos de conglomerados con frecuentes desplomes que conforman las numerosas guargas, de las que toma nombre el río, crecen salpicados algunos abedules (Betula pendula) y avellanos (Corylus avellana), representantes de la flora eurosiberiana que logran medrar en rincones poco soleados, donde las condiciones ambientales se aproximan a las del alto Pirineo.
Flora herbácea
La flora herbácea de todos estos hábitats es una de las más variadas del Prepirineo interior debido al carácter transicional del clima. Más de 12 especies de orquídeas pueden ser contempladas en primavera creciendo en los claros forestales, las riberas o las laderas rocosas con bosque abierto. En esta misma época florece también la chunceta (Aphyllanthes mosnpeliensis), bella mata de aspecto herboso y flores azules abundante en estos entornos, cuyas duras y largas hojas filiformes son muy apreciadas por el ganado. Olorosos tomillos (Thymus vulgaris), lavandas (Lavandula angustifolia ssp. pyrenaica), abrótano hembra (Santolina chamaecyparissus) y las punzantes aliagas (Genista scorpius), que sin embargo obsequian con flores amarillas de dulce aroma, hacen que el paseo en primavera por estos montes sea un deleite para el olfato.
Otras pequeñas plantas con flores de sutiles y variados colores visten los claros de bosque en primavera e inicios del verano. El caminante interesado en la botánica puede observar en las riberas no alteradas el tamariz europeo (Myricaria germanica), y en las laderas con bosque aclarado el lino amarillo (Linum campanulatum) y el gladiolo (Gladiolus illyricus).
Los claros forestales aparecen en algunos lugares ampliamente colonizados por Stipa iberica, esbelta gramínea que florece a finales de primavera formando largas cabelleras blanquecinas que permanecen durante todo el verano y son fácilmente movidas por el viento, dando calidez al paisaje cuando relumbran al atardecer como un mar ondulante. A finales de agosto, los montes aparecen adornados por grandes flores blanco liláceas del falso azafrán (Crocus nevadensis ssp. marcetii), endémica del Prepirineo, y del quitameriendas (Merendera montana) que abunda el los prados hasta bien entrado septiembre.
Grandes animales
Los grandes animales como el ciervo (Cervus elaphus), el corzo (Capreolus capreolus) y el jabalí (Sus scrofa) son los reyes este amplio territorio. El corzo ha aumentado su población en la última década, por lo que no es raro observarlo saltar a orillas de la carretera o escucharlo berrear dentro del bosque. El ciervo, más escaso, se deja ver de vez en cuando cerca de grandes claros forestales.
La nutria (Lutra lutra) coloniza tanto el río como algunos de sus principales barrancos tributarios, donde se alimenta de los peces y pequeños invertebrados acuáticos que encuentra en pozas profundas y tramos caudalosos. La natural ausencia del cangrejo autóctono en estas aguas, afortunadamente todavía no colonizadas por especies invasoras como el cangrejo rojo americano, no son impedimento para que esta simpática cazadora acuática sobreviva al estiaje del Guarga, encontrando alimento en los enclaves donde se mantiene el nivel freático incluso en los veranos más secos.
Grandes pedredadores
El elenco de grandes predadores terrestres lo forman el esquivo gato montés (Felis sylvestris), la garduña o fuína (Martes foina), la gineta (Genetta genetta), la comadreja (Mustela nivalis), el turón (Mustela putorius) y el zorro (Vulpes vulpes), acompañados por el tejón (Meles meles), cuya dieta está conformada preferentemente por invertebrados y frutos. Ante la ausencia del lobo, antaño común en todo el Pirineo y regulador natural de las poblaciones de jabalíes, ciervos y corzos, las presas de los medianos y pequeños predadores que mantienen el equilibrio de estos hábitats son la común ardilla roja (Scirus vulgaris), el lirón careto (Elyomis quercinus), el conejo (Oryctolagus cuniculus), la liebre europea (Lepus europaeus), el erizo (Erinaceus europaeus) y más recientemente la marmota (Marmota marmota), que, tras expandirse por el alto Pirineo desde la vertiente francesa, ha llegado hasta estas sierras proporcionando un recurso más al zorro y el águila real, únicos capaces de capturar las crías y adultos de este prolífico macrorroedor.
Entre los mamíferos nocturnos, el murciélago enano (Pipistrellus pipistrellus), el orejudo austriaco (Plecotus austriacus) o el murciélago de bosque (Barbastrella barbastrella) se encargan de controlar las poblaciones de mosquitos y otros insectos, frecuentando para dormir e hibernar las construcciones abandonadas y los huecos de los quejigos centenarios.
Reptiles
Los reptiles también están bien representados en el valle. Se han registrado grandes ejemplares de culebra bastarda (Malpolon monspessulanus) que, además de otras muchas presas, buscan a los sapos comunes que permanecen en primavera reproduciéndose en pequeñas pozas. Tampoco falta en el río la culebra de agua (Natrix natrix), eficiente cazadora de los peces que quedan confinados en las guargas durante el verano. La víbora hocicuda (Vipera latastei) y la áspid (V. aspis) colonizan los altos y las laderas pedregosas, donde se alimentan de roedores y de otros reptiles. Se trata de serpientes esquivas y sin casuística de mordeduras recientes en el valle, aunque siempre es necesario tener en cuenta su presencia durante las excursiones.
El lagarto ocelado (Lacerta lepida) es común en los roquedos, frecuentando también los quejigos centenarios, donde caza grandes insectos y busca nidos de ves para robar sus huevos. Con algunos registros conocidos, y probablemente más extendido por el valle, el lagarto verde (Lacerta bilineata) ocupa zonas más frescas y húmedas que el ocelado, donde también abunda el lución (Anguis fragilis), inofensiva lagartija apoda de de suave tacto que se alimenta de babosas, larvas de hormigas y otros invertebrados.
Aves rapaces
La Guarguera constituye un territorio excepcional por su riqueza en aves rapaces. Desde la imponente águila real (Aquila chrysaetos) al escaso halcón abejero (Pernis apivorus), la mayoría de las rapaces ibéricas pueden ser observadas sin salir del valle. Abunda el buitre leonado (Glyps fulvus), que junto con el alimoche (Neophron percnopterus) y algún esporádico quebrantahuesos (Gypaetus barbatus) se encargan de mantener limpio el territorio de cadáveres de ganado y fauna salvaje. El águila culebrera (Circaetus gallicus), el águila ratonera (Buteo buteo), el milano real (Milvus milvus) y ocasionalmente el milano negro (Milvus migrans), vigilan las zonas abiertas donde viven sus presas, mientras que en los claros del bosque, el azor (Accipiter gentilis), el gavilán (Accipiter nisus) y el águila calzada (Hieraetus pennatus) acechan pájaros y ardillas, a los que logran atrapar gracias a su ágil vuelo entre la fronda.
El cernícalo común (Falco tinnunculus) y el alcotán (Falco subbuteo) se dejan ver de tanto en tanto acechando roedores desde el aire, mientras que el halcón peregrino (Falco peregrinus) controla de las poblaciones de palomas torcaces y comunes en el entorno de los pueblos. La escasísima y amenazada águila perdicera (Hieraetus fasciatus) ha sido avistada dentro de la ZEPA-LIC del Guarga.
Entre las rapaces nocturnas, no falta a partir de primavera el ulular de autillos (Otus scops), cárabos (Strix aluco) y mochuelos (Athene noctua), mientras que el búho real (Bubo bubo) y la lechuza (Tyto alba) dan buen cuenta de roedores y otros pequeños mamíferos nocturnos, como lirones o crías de liebres y conejos, estos últimos antaño muy abundantes en el valle.
Pequeñas y medianas aves
El elenco de pequeñas y medianas aves es también muy numeroso. Entre las especies migradoras destacan la oropéndola (Oriolus oriolus), el abejaruco (Merops apiaster), la abubilla (Upupa epops) o el silencioso chotacabras gris (Caprimulgus europaeus), que puede observarse al atardecer trazando círculos sobre los prados para cazar insectos nocturnos. El alcaudón común (Lanius senator), el mito (Aegithalos caudatus), el piquituerto (Loxia curvirrostra), el carbonero garrapinos (Parus ater) o el reyezuelo listado (Regulus ignicapillus) se dejan ver con facilidad en verano buscando insectos entre el arbolado disperso, mientras que el colorido camachuelo (Pyrrhula pyrrhula) no falta alimentándose de semillas secas en los fresnos en cuanto caen las primeras nevadas.
En el interior del bosque puede observarse al abundante arrendajo (Garrulus garrulus), al pito negro (Dryocopus martius), el pito picapinos (Dendrocopos major) y el pito real (Picus viridis), cuyos martilleos sobre los árboles pueden escucharse incluso dentro de los pueblos. Entre las especies de aves consideradas raras, hay avistamientos en el valle de Cigüeña negra (Ciconia nigra) y urogallo (Tetrao urogallus), además de otros visitantes ocasionales como el mirlo capiblanco (Turdus torquatus).
Es también posible observar de tanto en tanto individuos errantes de cormorán grande (Phalacrocorax carbo) y gaviota reidora (Larus rudibundus), que ocasionalmente remontan el curso del Guarga desde alguno de los pantanos próximos, conviviendo en las riberas con las garzas reales (Ardea cinerea) y martines pescadores (Alcedo athis). Tampoco falta en el río y los barrancos tributarios el ágil mirlo acuático (Cinclus cinclus), que captura invertebrados en las orillas y el agua. El avión roquero (Ptynoprogne rupestris) anida en los cantiles y escarpes rocosos, mientras que en los pueblos abundan las golondrinas (Hirundo rustica), los aviones comunes (Delichon urbicum) y los vencejos común (Apus apus) y real (A. melva).
Fauna invertebrada
La fauna invertebrada es también una de las más ricas del Prepirineo, con más de 1100 especies de mariposas diurnas y nocturnas inventariadas hasta el momento. A estas se suma todo un elenco de otros insectos y arácnidos, que incluye a varias especies de libélulas y escarabajos con destacado interés científico. Entre estos últimos merecen especial atención las ricas poblaciones de tres especies protegidas: el raro eremita (Osmoderma eremita), el longicornio de la encina (Cerambyx cerdo) y el ciervo volador (Lucanus cervus), cuyos espectaculares machos vuelan al atardecer durante julio en el entrono de quejigos centenarios, y ocasionalmente también cerca de leñeros en el interior de los pueblos. El coleóptero xilófago Agrilus enriquei, de color verde metálico, ha sido descrito recientemente sobre ejemplares procedentes de La Guarguera.
Entre las mariposas, pueden observarse también varios endemismos ibéricos y otras especies de interés, entre ellas densas poblaciones de la isabelina (Actias isabelae), espectacular especie forestal que vuela sobre los pinares durante las noches de mayo y junio. Durante el día, y a lo largo de una sola jornada de verano, es posible observar en el valle más de 80 especies de mariposas diurnas, como la rayada clara (Agrodiaetus fulgens ssp. ainsae), endemismo pirenaico común en los prados y claros forestales; o la rara hormiguera dentada (Polyommatus daphnis), que aparece en pequeños núcleos ligada a enclaves herbosos. En primavera la colorida mariposa arlequín (Zerynthia rumina), exclusiva del área ibero-magrebí, adorna las laderas pedregosas que jalonan el Guarga.